Aniversario Perú Jueves, 9 octubre 2014

Las memorias de AniversarioPerú – Parte 6

Aniversario Perú

soy Biólogo, PhD. Hobbies: investigador en usos de las TIC, periodismo de datos, nerd, etc.

Si no leíste, aquí están los episodios anteriores:

Le tocó ser alquilado por dos gringos.

Le tocó ser alquilado por dos gringos.

Punto de quiebre

Es costumbre que en los viajes con fines de colecta sean los científicos extranjeros quienes costeen los gastos de la contraparte peruana. Se supone que es una colaboración internacional entre dos países y es de esperarse que, en este caso, el estudiante peruano no tenga que gastar dinero durante la expedición.

Una noche antes del viaje mientras hacía mi mochila le conté a mi madre que al día siguiente me iba de expedición científica:

– Amá, han venido unos gringos de USA y me van a llevar de viaje a Oxapampa. Me han dicho que me van a pagar mis gastos, me van a dar hospedaje y alimentar.
– Vas a viajar solo con dos gringos? Y si te violan?
– No creo, más bien yo estoy yendo para cuidarlos. Además les voy a servir de guía y traductor ya que ellos no hablan castellano.
– Tú vas a ser guía? Pero tú ni siquiera conoces Lima, menos vas a conocer el camino a Oxapampa.

Punto para mi madre. En esa época no había smartphones, no había Whatsapp Waze ni Google Maps. Pero encontré una guía telefónica y arranqué los planos de Lima que estaban al final. Entonces con mapas y mochila lista ya me sentía expedito para el viaje.

Los gringos habían alquilado un auto Mazda para su travesía en el Perú profundo. Ni bien bajaron del avión, antes de salir del aeropuerto ya habían sido abordados por una empresa que alquila autos y les hicieron firmar el contrato de varias hojas en idioma castellano.

Los gringos parecían caídos del palto pero tenían su maña. Cuando nos encontramos en la UNMSM para iniciar la expedición, aquel fatídico día, encontré que el auto estaba repleto de cajas con comida (caramelos, chocolates, galleta soda, galleta de vainilla, galleta coronitas, papitas lays, etc). Para mi sorpresa no tenían mayores problemas para manejar el auto en Lima y habían podido agenciarse buenas provisiones para el viaje. Parecía que habían vaciado alguna sucursal de las tiendas Santa Isabel.

Además la maletera estaba llena de equipo de colecta, trampas, focos, cables, redes, un grupo electrógeno, galoneras, botas, mochilas, ropa, cuerdas, y varias cosas más. Habían varias cosas que no entraban en la maletera y varias cajas con golosinas estaban en parte del asiento trasero del auto y solo quedaba un espacio reducido para sentar a una persona.

Entonces decidí que sería más cómodo ir de copiloto (puesto que yo llevaría el mapa y señalaría el camino a seguir):

Mister, you in the back, me in the front.

Y así fue como partimos al Perú profundo. Íbamos tranquilos, por lo que era la Avenida Grau (antes que construyeran la vía expresa Grau), hasta que unos choferes de combis nos lisureaban y nos gritaban:

– Por aquí no. Te van a poner multa. Fuera de acá oe.

Luego de un buen tramo de seguir recibiendo gritos me di cuenta que estábamos circulando por el carril central que estaba destinado solo para el transporte público. Pasado mi roche temporal los gringos decidieron tanquear el auto en un grifo en plena Avenida Nicolás Ayllón. Mientras llenaban el combustible el gringo que iba atrás decidió bajar para estirar las piernas con su cámara Pentax colgando del cuello y aprovechar para tomar algunas fotos. Lo que más le impresionó fueron las jabas para fruta apiladas a manera de torres hasta una altura de tres o cuatro pisos.

Yo examinaba los planos una y otra vez tratando de encontrar nuestra ubicación geográfica. De milagro logré guiarlos por el camino correcto y luego de un rato ya estábamos en la Carretera Central.

El trayecto se hizo interesante una vez que pasamos Chosica. Avanzábamos unos kilómetros y hacíamos parada para colectar arañas y observar pajaritos. En cada parada siempre encontrábamos niños que se acercaban con curiosidad a investigar lo que hacíamos y se quedaban maravillados de ver las arañas e insectos que caían en las redes. Los gringos aprovechaban para repartir caramelos.

Y así estábamos en el auto, avanzando y parando, hasta que a eso de las 4pm ya habíamos pasado San Mateo y comenzaba el camino empinado. Se suponía que debería haber comenzado a hacer algo de frío, por la altitud y porque ya estaba atardeciendo. Pero en el auto hacía calor, bajamos las ventanas y aún así hacía más calor. El camino se hacía más empinado y hacía más calor. Los gringos se comenzaron a incomodar por el calor. Seguimos por un par de kilómetros más y el calor se hizo insoportable hasta que de pronto y sin previo aviso el auto murió.

El último suspiro del auto fue un sonido proveniente del motor semejante al sonido que hace un lomo de res cuando lo tiran a una parrilla bien caliente. Su última exhalación fue un hálito similar al olor del aceite quemado.

El auto se detuvo a un lado de la pista, demasiado cerca de la cuneta, y se negó a arrancar otra vez. Levantar el capó nos reveló que el auto no podría ser resucitado. Habían varias mangueras huérfanas que obviamente debían pertenecer a algún lugar pero ahora solo colgaban del motor hasta casi tocar el piso.

Nunca supe si la falla mecánica fue culpa de alguna manguera del radiador mal colocada o alguna otra falla. El viaje había sido tranquilo y no habíamos exigido al auto. Lo cierto es que el gringo que manejaba nunca se fijó en el indicador de temperatura del motor. Quizá hubiéramos podido parar antes que se sobrecaliente y llegar a algún mecánico para arreglar el sobrecalentamiento del vehículo. Yo no sabía ni michi de autos y no se me ocurrió investigar el sobrecalentamiento. Al fin de cuentas los tres éramos caídos del palto.

Ya se ocultaba el sol y estábamos botados cerca de Casapalca. Hacía frío. Solo me quedó tirar dedo a los autos que pasaban. Paró un colectivo lleno de gente y me sugirió que trate de remolcar el auto hasta La Oroya.

Luego de un buen rato paró una Toyota pickup con dos mineros que se dirigían a su base en Doe Run. Los mineros llevaban una cadena y aceptaron de buena manera remolcarnos. Ya eran más de las 6pm, me subí al Toyota y avanzábamos despacito hasta que la cadena se rompió en Ticlio. Uno de los mineros tuvo que empeñar su DNI para que un kiosco le preste un perno grande con dos tuercas enormes. Ya con la cadena parchada seguimos avanzando pero ahora un poco más rápido ya que pasando Ticlio el camino ya no es de subida.

Lo malo de ir de bajada era que el auto siendo remolcado agarraba velocidad, y siendo este un auto automático con el motor apagado, el freno hidráulico no funcionaba y la única manera de detenerse era chocando con la Toyota de los mineros. Los dos faros delanteros quedaron rotos, el capó todo doblado, la máscara en pedazos y parte del parachoques en el suelo. El auto había quedado hecho una desgracia. Y la Toyota no sintió ni cosquillas.

Me bajé de la pickup y encontré a los gringos ilesos pero en estado de desesperación. Solo atinaban a repetir «Oh my god! Oh my god!» Ya eran casi las 9pm y aún faltaba bastante para llegar a la Oroya. Aún no se me ocurría qué hacer y los mineros me dicen que ya habían ayudado bastante, que ya habían perdido casi 3 horas de su tiempo y que ya se iban. Me dijeron que en la Oroya había una grúa y me podían llevar.

Abandonar el auto con todo el equipo científico no era una opción. Entonces les dije a los gringos que se calmen, que se metan al auto y no salgan. Que me esperen que iba a regresar con una grúa para remolcarlos. Y me fui con los mineros. Yo pensé que iban a estar asados por el choque pero se pasaron todo el camino riéndose de la mala suerte de los gringos. Les parecía una hazaña que los gringos hayan podido chocar un auto a pesar que éste ya había sido inutilizado horas antes.

Luego de un rato llegamos a la Oroya. Los mineros me dejaron en la puerta de una cochera, toqué el timbre y salió el dueño. Acordamos el precio por el servicio y tuve que pagarle 50% de adelanto para que pueda echar combustible a su grúa. Mientras sacaba la grúa de su cochera fui corriendo dos cuadras más abajo para separar una habitación triple en el hotel más cercano. Cuando regresé a la cochera la grúa ya me estaba esperando.

La grúa avanzaba lentamente hasta el grifo. Se demoró una eternidad en echar combustible, y se demoró más aún en llegar hasta el auto que había sido muerto y rematado. Al llegar veo que los gringos estaban dentro del auto con las puertas y ventanas cerradas y había un vecino (no sé si de Casapalca o la Oroya) que rodeaba y rodeaba el auto.

– Habla causa, que hay?
– Aquí amigo, quiero invitar café a los gringos pero no me quieren abrir la puerta.
– Seguro no quieren, pero gracias, yo te acepto el café.

Mi nuevo amigo sirvió café de su termo y conversamos un rato mientras los gringos se animaban a salir del auto. Les di reporte acerca de mis diligencias en la Oroya y que entre hotel y grúa me estaban debiendo 140 soles. Logramos remolcar el auto hasta La Oroya. Lo dejamos en la cochera, sacamos un par de mochilas y fuimos al hotel a lavarnos la cara y manos. Yo estaba con harta hambre y tuve que convencer a los gringos para ir a buscar algo de comer.

Ya eran más de las 11pm cuando salimos del hotel y todo estaba cerrado. Encontramos una casita donde una señora nos sirvió caldo de gallina por un precio módico. Yo había terminado mi plato pero los gringos solo habían tomado un poco de agua. La angustia y susto los había dejado sin hambre.

– Oe gringo si no vas a comer trae para acá.

Luego de tomar dos platos y medio de caldo de gallina me di por satisfecho y dormí como un bendito.

Al día siguiente nos despertamos con un dolor de cabeza terrible, como si estuviéramos resaqueados o en estado de intoxicación (maldito seas Doe Run por contaminar el aire de La Oroya). Mi desayuno fue opíparo pero los gringos solo tomaron café. Estaban con una cara de angustia que daba pena. Durante el desayuno discutimos el plan a seguir y se acordó que llamaríamos a la empresa que alquiló el auto para avisar de lo ocurrido y para que vayan hasta a La Oroya a recoger su auto. También acordamos que continuaríamos el viaje usando otros medios de transporte.

Me percaté que habían bastantes autos colectivos que llevaban hasta Tarma. Pero esta ciudad aún estaba muy lejos de nuestro destino, Oxapampa. Queríamos llegar aunque sea a La Merced. Me pasé dos horas tratando de convencer a los colectiveros que nos lleven hasta La Merced. Ofrecí pagar el precio que nos pidan siempre y cuando no sea un robo a mano armada. Pero nadie nos quería llevar.

– En Tarma tomas otro colectivo chibolo.
– Pero tenemos harto bulto. Vamos hasta La Merced. Habla, te pago precio.
– No voy. Hasta Tarma nomás.

Ya me iba a dar por vencido cuando apareció un pata con su Toyota Station Wagon. Un aventurero que no tenía miedo de ir mas allá de Tarma, donde ningún colectivero había llegado jamás. Al toque aceptó ir hasta La Merced.

Metimos todas las cajas de golosinas, mochilas, equipos, grupo electrógeno, gringos, etc, todos los bultos entraron con la justas en el auto. El viaje fue tranquilo y rápido, demasiado rápido para mi gusto. Este aventurero era un trome al volante. Se conocía todas las curvas de la carretera. Ya faltaba poco para llegar a La Merced cuando me dice:

– Si quieren los puedo llevar a Oxapampa.
– Que sí? cuanto?
– [no recuerdo el monto]
– Ya pe vamos!

Y continuamos de largo hasta Oxapampa. El viaje estaba saliendo de maravilla hasta que se pinchó una llanta en algún lugar pasando el Puente Paucartambo.

– Tienes repuesto?
– Sí tengo.
– Uff, menos mal.

Era de noche y los gringos ya estaban de mejor ánimo. Ya habían recuperado el habla y hasta se hacían bromas entre ellos. Aprovecharon la pausa para caminar a lo largo de la carretera con sus linternas en búsqueda de arañas.

Al final llegamos a Oxapampa casi a la media noche. Por suerte encontramos un hotelito que funcionaba las 24 horas. El aventurero colectó sus honorarios y nos dejó su tarjeta para servicios futuros. Salimos a comer algo pero ya estaba todo cerrado. Dimos una vuelta a toda la plaza y solo encontramos una tiendita que vendía alitas broaster. Para mala suerte ya habían vendido todo y estaban por cerrar. Se apiadaron de nosotros y nos regalaron un poco de agua caliente. Esa noche la cena consistió en té con galletas de vainilla.

Esa noche me costó trabajo dormir (por el hambre). Pensaba y pensaba en la mala suerte que tenían estos gringos. Hice una anotación mental para comprar un manojo de ruda al día siguiente.

Pero lo más importante fue que me di cuenta que en el último par de días había podido comunicarme con los gringos sin problemas. Me di cuenta que en efecto ya podía entender y hablar inglés. Sentí que había cruzado un umbral y había dado un paso en mi lucha por aprender ese idioma. Sentí que mi cerebro había hecho un clic y ahora ya no tenía miedo ni roche en formar oraciones para conversar con los gringos.

Creo que lo más importante de este viaje fue este punto de quiebre. Sentí bastante satisfacción al haber hecho un gran avance y estar en el camino correcto para cumplir mi meta máxima de conseguir una beca para estudiar el postgrado en el extranjero.

Continuará…

Aquí el siguiente capítulo: Parte 7

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